Les compartimos la nota que escribió Carla Notari, la Decana del Instituto para la Fundación Foro del Sur:

LA ENERGÍA NUCLEAR Y EL CAMBIO CLIMÁTICO

Argentina tiene una larga historia de realizaciones en el terreno de la tecnología nuclear que se han concretado a pesar de largos períodos de vacilación o directamente parálisis, asociados con la concepción de que es un lujo del que debemos prescindir como país dependiente y proveedor de materias primas que somos. Sin embargo aún hoy, en el medio de una fenomenal crisis del país y del mundo, somos vistos como una singularidad en la materia que se sostiene por la convicción de una parte de la sociedad que confía en que la tecnología no es sólo cosa de los países centrales y que puede ser una herramienta para sacarnos del subdesarrollo.

La nuclear es una actividad que permea en múltiples actividades humanas. Vivimos en un mundo radioactivo y casi todas las actividades humanas remiten directa o indirectamente a las transformaciones del átomo. El hombre ha sabido aprovecharlo en su beneficio y una de las aplicaciones importantes lo constituye la utilización de la energía nuclear para producir electricidad por medio de centrales nucleares. Esta actividad tuvo un desarrollo notable en las décadas del sesenta y setenta, culminando a mediados de los ochenta con el accidente de Chernobyl. A partir de allí ha habido avances y retrocesos en los planes de los países de instalar centrales nucleares, pero de ninguna manera se dio por muerta esta opción de generación, que continuó floreciendo particularmente en países de Asia, liderados por China, países todos ellos escasos de recursos naturales y ávidos de crecer y sacar a su población de la pobreza.

En 1992 se creó la Convención marco de Naciones Unidas por el cambio climático y en 1997 se alcanzó un consenso global acerca de la necesidad de estabilizar la concentración atmosférica de gases de efecto invernadero (GEI), (Kyoto, 1997); pero sólo en 2015 se logró un acuerdo vinculante por el cual los países asumieron el compromiso de disminuir sus emisiones que debían actualizarse cada cinco años, (París, 2015). En esa oportunidad se estableció también que es imprescindible acotar el aumento de temperatura media de la Tierra respecto de valores pre-industriales a menos de 1,5°C para evitar efectos catastróficos en el clima.

 

La degradación del planeta y el cambio climático ha empezado a filtrarse de los laboratorios y reductos especializados para concientizar a buena parte de la población acerca de la finitud de los recursos, la importancia de preservar los ecosistemas y la necesidad de producir cambios drásticos en la forma de vida de nuestras sociedades. Y así se hizo evidente que la forma en que producimos, transformamos y utilizamos la energía, que es el motor de toda sociedad moderna, es responsable de las dos terceras partes de las emisiones de GEI que producen el cambio climático y que el uso de carbón, petróleo y gas, en ese orden, son los principales responsables. Es decir, no sólo son recursos naturales finitos sino que su uso deteriora cada vez más el medio en el que vivimos. Paralelamente, la aparición de las formas más novedosas de uso de recursos renovables para la generación eléctrica, permitió vislumbrar un futuro posible sin combustibles fósiles. Las energías renovables variables (VRE, por su sigla en inglés), especialmente eólica y solar, han tenido un desarrollo extraordinario, demostrando que su intermitencia, que es una gran dificultad para su integración a las redes eléctricas, es un problema que se puede manejar con el concurso de los generadores tradicionales (de los cuales sólo las centrales nucleares e hidráulicas no producen GEI) y de adecuadas adaptaciones de las redes eléctricas.

Esto último, las adecuaciones de las redes eléctricas, constituyen un factor crucial y costosísimo, que se hace cada vez más costoso y necesario a medida que la proporción de VRE conectadas a la red eléctrica se hace mayor. Los generadores “tradicionales” aportan a la red la flexibilidad necesaria para compensar la intermitencia de la generación renovable (pueden aumentar/disminuir la potencia entregada a la red respondiendo a las variaciones de la generación intermitente) y también aportan la estabilidad que caracteriza a las grandes masas giratorias asociadas a la generación tradicional. Nuevamente corresponde enfatizar que solo las centrales nucleares, junto con las centrales hidráulicas, aportan flexibilidad y estabilidad sin emisiones contaminantes a la atmósfera. Hoy la generación eléctrica nuclear aporta el 10% de la generación mundial pero el 30% de la que lo hace sin emisiones contaminantes y junto con la hidráulica aportan el 70% de energía eléctrica libre de GEI.

En resumen, la generación nuclear constituye un acompañamiento ideal de las VRE, permitiendo un despliegue cada vez mayor de las mismas y morigerando y distribuyendo en el tiempo los extraordinarios costos de renovación de las redes. La necesidad de afrontar el cambio climático “redescubre” a la energía nuclear como una aliada valiosa en el largo proceso de transición energética hacia formas más benignas de generación. En este contexto, la extensión de vida de las centrales nucleares, que puede incrementar notoriamente su tiempo de operación con una inversión muy inferior a la instalación de una nueva planta, constituye uno de los medios más económicos y confiables para agregar generación no-contaminante al parque eléctrico. Esta es una tendencia mundial y en nuestro país la central nuclear de Embalse Río Tercero ya ha pasado por este proceso y la central nuclear Atucha I se prepara para el mismo.

La pandemia que azotó a la humanidad en estos años ha sido una experiencia dolorosa, que sin embargo no parece haber sido procesada para repensar y reformular el mundo en el que vivimos. Puede constatarse en muchos terrenos que la sociedad se recupera repitiendo los patrones de comportamiento que nos trajeron hasta aquí y el uso de los recursos naturales no constituye una excepción. La generación eléctrica mundial basada en carbón sigue manteniendo aproximadamente la misma participación, próxima a un 40%, que la que teníamos hace cuarenta años, con un volumen de generación que es hoy cuatro veces superior.

Alemania, en la vanguardia de los países del mundo desarrollado, va dejando de lado paulatinamente la generación nuclear compensándola con gas, mientras mantiene la proporción del recurso carbón en la matriz eléctrica. Este comportamiento desafía la racionalidad ya que es un país que se provee de gas importado y por añadidura, el actual conflicto bélico en Europa la obligará a hacer uso de un recurso mucho más caro.

Para concluir la reflexión, podemos decir que es un error cerrar las puertas a la opción nuclear para la generación eléctrica, especialmente para los países que no pueden afrontar en forma inmediata las enormes inversiones asociadas a la renovación de las redes eléctricas que implican extensiones, interconexiones y digitalización. Las centrales nucleares pueden acompañar la creciente incorporación de centrales eólicas y solares aportando la necesaria flexibilidad y estabilidad a las redes eléctricas, que de este modo pueden modernizarse en un proceso más lento y asequible, garantizando al mismo tiempo los necesarios recortes a las emisiones que implica el objetivo de evitar drásticas y nocivas alteraciones del clima de nuestro planeta.

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